Sé que el cielo esta muerto, despoblado, y la tierra, que antes desbordaba de hermosa vida humana, se ha vuelto casi como un hormiguero. Pero aún hay un lugar donde el antiguo cielo y la tierra antigua me sonríen. En ti olvido a todos los dioses del cielo y a todos los hombres divinos de la tierra.
Friedrich Hölderlin
En un mundo donde las certezas desaparecen y las realidades cambian por completo, podría parecer que hablar de cualquier cosa que no tenga relación con la pandemia carece de sentido. Esta catástrofe, en gran medida, será uno de los símbolos de nuestros tiempos y se convertirá, sin duda, en un punto de referencia en los relatos de la humanidad. Incluso alguien podrá recordar los versos del poeta Hölderlin aludiendo a la huida de los dioses y cómo nos abandonaron. Y es que, en esta época de contrastes, es asombroso comprobar cómo, en un mundo condicionado y aparentemente predecible por los avances científicos y tecnológicos, nuestro bienestar está abocado a un futuro tan incierto como nebuloso. El ser humano ha pasado a lo largo de su historia por numerosos episodios de cambio e ines- tabilidad. Es difícil ver que hubo un tiempo mejor con mayor tranquilidad y sosiego, pero cada momento tiene sus dificultades y sus desafíos, la narración está cam- biando más rápidamente de lo que pensamos y la ver- dadera amenaza no va a ser silenciosa e invisible por- que ya está aquí, la podemos ver y sentir, está delante de nuestros ojos. Según los últimos datos científicos, la incidencia significativa del impacto humano en nuestro planeta ha cambiado el curso de la cronología de la Tierra, y la época en la que las actividades del hombre empezaron a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala mundial, el Antropoceno, ya debería formar parte de las edades geológica del Tiempo. Desde el final de la última Edad del Hielo, hemos pasado de miles de años de relativa estabilidad ambiental, a entrar en una fase de rápida evolución más inestable.
La Tierra está transformándose y aunque son muchos los factores y procesos que influyen en los cambios de paisaje, el calentamiento global posiblemente sea el más determinante. Y es que muchos de los entornos y lugares que hemos visto hasta ahora se modificarán y otros desaparecerán. Paisajes con una atmósfera espe- cial, con lo que podríamos calificar como aura, un con- cepto que puede parecer, a priori, científicamente nebu- loso y extraño en su explicación, aunque no lo es tanto en su comprensión, ya que lo podemos explicar como una atmósfera inmaterial que rodea seres o espacios. El aura es un concepto que “se respira”, según el filóso- fo Walter Benjamin, que transporta nuestra percepción de la atmósfera a una calidad sensorial indeterminada del espacio y se manifiesta como una correspondencia que acontece entre el receptor y aquello que irradia del objeto observado. Lo que podríamos traducir como in- accesibilidad: “Un entretejido muy especial de espacio y tiempo; aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar. Reposando en una tarde de verano, seguir la línea montañosa en el horizonte o la extensión de la rama que echa su sombra sobre aquel que reposa, eso quiere decir respirar el aura de estas montañas, de esta rama”.
Esta lejanía, ese paisaje es el que está distorsionándose, hemos robado el fuego, como Prometeo a los dioses del monte Olimpo, pero está descontrolado y hoy es mucho más potente que todas las erupciones volcánicas en la Tierra juntas. Nosotros somos los que estamos sacudiendo los cimientos más estables, y el problema no es tanto la negación sino la indiferencia. El calentamiento global es algo radicalmente diferente a nada que hayamos experimentado, es algo tan descomunal que no se puede explicar con palabras, porque el lenguaje tiene sus limitaciones; y esto es tan inmenso que no lo podemos casi imaginar.
Ahí es donde el mismo Hölderlin mencionará la necesidad de los artistas, porque “nos recuerdan a los celestiales / que en otro tiempo nos acompañaron y han de volver un día…” El artista crea mundos diferentes porque una obra de arte es un microcosmos complejo lleno de matices. El arte puede ser como una morada y el paisaje su referencia, un punto externo que per- mite ver otra medida del mundo. Existen artistas que no necesitan más que su imaginación para representar un espacio o una sensación, y otros que necesitan ver, sentir, respirar el aura de los lugares. En este caso, las obras surgen del encuentro con lo real, es un intento de comprender y transmitir lo recóndito de nuestro mundo. Quizás imaginándonos cómo aquellos explora- dores del siglo XIX, que se aventuraron a los polos y las cimas más altas del planeta, descubrieron horizontes hasta entonces desconocidos. Salvando las distancias, también hemos buscado en esos paisajes radicales los propios límites físicos y psíquicos de nuestro yo más oculto. Es la persecución de una idea sobre la existencia que desea trascender, aquello que no es revelado por completo, lo desconocido.
Aura es un modo de estar y de sentir el mundo, una visión subjetiva que, en ocasiones, parece estar hecha de pérdidas y de silencios, de destrucciones y de vacíos. Hablamos de realidades que hemos visto desaparecer o están a punto de hacerlo, y que muestran el presente como una imagen relampagueante que se ha vuelto difusa. En Aura no hay una narrativa lineal, así, las imágenes iniciales que hemos traído desde el lugar de origen van transformándose y al final nunca acaban como se han proyectado en un comienzo, es una continua transformación. Son trabajos que van desde el dibujo, la pintura o las instalaciones, y donde las obras son creadas basándose en capas de tiempo y sedimentos superpuestos que, junto con colores convencionales, se van fundiendo con diferentes sustancias como el hierro, las tierras, la sal o la lava. Estas son expuestas junto a diferentes tipos de rocas y fósiles; y es que estos materiales también nos dan pistas e información sobre el clima que existía en la Tierra hace millones de años. Cada fósil es una huella en el tiempo, miles de años en- terrados que han salido a la luz. Algunos de estos han sido recogidos en el propio lugar que se está representando bajo oxidaciones que van mutando en sus colores y atmósferas. Haciendo de la materia, el elemento central de la investigación plástica que alude a una experiencia radical contemporánea.
El arte es como un lenguaje crítico que debe preguntar y hacer que los demás también se pregunten a sí mis- mos. Más allá de buscar explicaciones, como artistas queremos comprender e investigar, en un proceso per- sonal, que busca el acontecimiento y su trascendencia. La poesía y el arte presentan visiones particulares de la experiencia humana, pero no como verdades abso- lutas, sino como interpretaciones. En Aura se interpela a una situación que está a una escala completamen- te diferente a cualquier otra cosa que el hombre haya experimentado, donde la imagen más desoladora está por venir, más o menos acentuada. En definitiva, lo que encontramos es la necesidad de una auténtica transfor- mación del pensamiento y de las actitudes.